El Capellán

Cuentan que durante la Primera Guerra Mundial, un capellán se aproximó a un herido en medio del fragor y la peligrosidad de la batalla y le preguntó:

- ¿Quieres que te lea la Biblia?
- Primero dame agua que muero de sed –dijo el soldado.
El capellán le ofreció el último trago de su cantimplora, aunque sabía que no encontraría más agua que esa en kilómetros a la redonda.
- ¿Y ahora? –preguntó de nuevo.
- Antes, dame algo de comer...
El soldado le hizo esta súplica al capellán con tan escasas fuerzas que aún tenía dificultades para pronunciar esas palabras, pero el buen hombre no se lo pensó, rebuscó e su mochila, y le dio el último mendrugo de pan que atesoraba en ella. En cuanto el soldado se reanimó mínimamente, su boca se abrió de nuevo para derramar una nueva necesidad:
- Tengo frío, siento como si el calor huyera de mí...
Y el hombre de Dios se despojó de su abrigo de campaña pese al terrible frío que calaba hasta los mismos huesos y cubrió al moribundo soldado.
-Ahora sí –dijo como pudo el malherido. Háblame de ese Dios que te hizo darme tu último trago de agua, tu último trozo de pan y tu único abrigo. Quiero conocerlo, pero seguro que está lleno de bondad...
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Muchos que usan la Biblia a menudo, piensan que han de predicar y evangelizar sin cesar... Es una hermosa labor, pero inerte, muerta, si no va respaldada por la verdad, por una vida coherente, que hace lo que dice, que practica lo que confiesa, que cree lo que expresa, y cuyo testimonio es guía en la oscuridad, como un faro en medio de la más densa niebla.

Si quieres dar fruto, si quieres que la gente conozca a Jesús a través tuya, vive de la forma que Jesús vivió, sé coherente en tu manera de conducirte... Y usa la Biblia para algo más que para pasearla los domingos de camino al templo.

1 comentario:

José María dijo...

"Que gran verdad refleja esta historia".

Me alegra que os hayáis decidido por un blog como este.

Un abrazo a los dos.

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