Diciembre en Nueva Cork, 8 PM, frío en la calle, y en ella un niño descalzo, como de doce años de edad, mirando el escaparate de una tienda con ojos abiertos, como aquel solo sabe abrirlos el que no tiene más que hambre y frío.
Una señora pasea por la calle camino a casa, y la estampa del niño descalzo la conmueve. No, no se trata de que por ser época navideña ella esté más sensible a las necesidades de otros: Ella es siempre. Por eso se acerca al niño y le dice:
- ¿Qué estás mirando con tanto interés en esa tienda, tierno amigo?
- Verá usted, señora, le estaba pidiendo a Dios que me diera un par de zapatos.
Isabel, que era el nombre de aquella buena señora, tomó al niño de la mano y lo llevó adentro de la tienda; le pidió a un empleado que le diera unos guantes, un gorro, una bufanda, y una docena de calcetines para el niño, y le preguntó si en algún lugar podría encontrar un recipiente con agua, jabón y una toalla.
El empleado quedó un poco desconcertado, pero la acompañó a los servicios de la tienda, y le facilitó lo que pedía. Entonces, Isabel entró allí con el niño, se quitó los guantes y le lavó los pies al pequeño, y luego los secó con cuidado. Cuando aún no había acabado, el joven de la tienda llegó con los calcetines y se los dio a ella.
Isabel, le colocó un par de ellos al niño y le compró el par de zapatos que el muchacho había estado mirando absorto desde la calle. Luego, le dio todo cuanto había comprado y acarició con dulzura la coronilla del niño, mientras le decía:
- Ahora estarás mucho más cómodo y abrigado ¿Verdad, amiguito?
- Claro que sí, señora, como no… (Le respondió mientras secaba sus lágrimas de emoción) Pero, ¿Me permite hacerle una pregunta?
- Dime, jovencito.
- Yo le pedí unos zapatos a Dios, no a usted ¿Es que Él le ha dicho algo? ¿Acaso es usted su esposa?
¿Seremos capaces los que nos hacemos llamar cristianos, de mostrar a Dios con nuestras vidas al punto de que nos confundan con verdaderos “parientes” de Dios?