El Cristiano y el Peluquero

Domingo Bueno es un hombre calmado, de esos que piensan bien las cosas antes de decirlas, de esos que no dan respuestas alocadas, de esa especie humana que piensa que toda cosa tiene una explicación, de esos sociables y amigables donde los haya… Pero de lo que más se enorgullece es de que lo llamen cristiano.

Tomás Noveoná, no se considera religioso, ni cristiano, sino más bien todo lo contrario, pues piensa que Dios no existe. Es el peluquero del barrio, y muy afamado, por cierto. Tanto es así que cuantos viven cerca de su local, le visitan asiduamente para que les arregle el cabello… ¡Y casi hace milagros con algunos! ¡Qué cambios de imagen! ¡Qué destreza en su profesión!

Pues bien, Domingo Bueno se mudó al barrio donde se encontraba el establecimiento “La Tijera Veloz” (pues así se llamaba en lugar de trabajo de Tomás el peluquero). Como todos sus vecinos le recomendaron aquella peluquería, decidió visitarla para probar cómo de bueno era el famoso Tomás.

Llegó un poco tarde, pero el profesional le atendió gustoso porque aquel no había sido un día muy atareado. Cuando terminó, como era la hora de cerrar y Domingo había quedado muy contento con la tarea realizada por el fígaro, invitó a Tomás a saborear un refresco con la intención de conocer un poco mejor a su nuevo vecino. Mientras caminaban, Tomás vio a un grupo de jóvenes tirados en la acera, a unos cien metros de “La Tijera Veloz”, y con claro aspecto de haber consumido drogas o alcohol. Entonces comenzó a hablar con su nuevo amigo diciendo:

- ¿Ves, Domingo? Por eso no puedo creer en el Dios del que me hablabas mientras te cortaba el pelo. Si Él fuera todo amor como dices, entonces no debería permitir que estos jóvenes estuvieran así, abandonados a su suerte, atados a drogas que los terminarán matando… Ni deberían haber vagos, ni vividores, ni gente muriendo en guerras sin sentido, ni niños muriendo de hambre en muchos países, ni muertos a millares con esos grandes terremotos o ciclones…

Domingo escuchó callado, le miró sereno, y siguió caminando, hablando de otras cosas, hasta que se cruzaron con un hombre particularmente descuidado: Su cabello le quedaba bien largo y enmarañado, la barba era como de una semana o más, con aspecto bastante sucio. Parecía un pordiosero, aunque supimos luego que no lo era, solo era alguien que descuidaba demasiado su aspecto. En ese momento, Domingo miró a su compañero de camino y le dijo:

- Tomás, si permites que un hombre con esta pinta continúe viviendo aquí, sin un corte de pelo decente, con todos esos enredos, el pelo grasiento y esa barba tan descuidada… Entonces tendré claro que tú no eres un buen peluquero. - ¿Porqué me culpas por la condición de este hombre? –replicó indignado don Tomás Noveoná. No puedo evitar que él esté así. ¡Si nunca ha ido a mi peluquería! - Entonces ¿Qué digo? Porque viendo a este hombre podría decir que no existen los peluqueros, y es que ¿Cómo puedo creer que los peluqueros existen después de ver a alguien así de descuidado? No, definitivamente los peluqueros no existen: Decidido. - Vamos Domingo, sabes que si este hombre viniera a “La Tijera Veloz”, yo podría arreglarle ese estropicio, y sabes que cambiaría su aspecto por el de un verdadero caballero… Si él me lo pidiera, claro, porque yo no lo voy a obligar. - Pues entonces no culpes a Dios por hacer lo que tú mismo haces. Dios no obliga a nadie a venir a “su peluquería”, aunque podría arreglar muchas “cabezas”. Pero si los mismos hombres prefieren vivir sus vidas lejos de Él, si ellos no quieren respetar normas de conducta civilizada (por no decir las mismas de Dios) y a consecuencia de esto se matan entre ellos mismos, y se roban, y se hacen daño… ¿Qué piensas que debe hacer Dios? Si interviniera le llamarían abusón y dictador; pero si no lo hace dicen que no se preocupa por nada, o que no existe. Dios es todo un caballero, no impone su voluntad por la fuerza, no obliga a nadie a creer en Él, pero que nadie se queje entonces de sufrir las consecuencias de no buscarle, de vivir de espaldas a dador de la vida…

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