Un Coche Atascado

Hace muchos años, un sargento de batallón estadounidense, se vio inmerso en una curiosa anécdota. Viajaba en un vehículo militar ligero con parte de su tropa, cuando el coche en que viajaba, a causa del aguacero que había caído poco antes en la zona, quedó atascado en un camino embarrado.

Se bajó del vehículo, y viendo que los soldados a su mando no eran capaces de sacarlo de aquel bache, les increpó duramente.

Casualmente, pasaba por allí un hombre alto y flacucho que vio lo que estaba sucediendo. Se acercó al sargento y le preguntó:

- Oiga ¿Por qué no ayuda a sus hombres?
- ¿Por qué he de hacerlo? Yo soy el sargento –contestó este con altanería.

Sin perdida de tiempo el larguirucho personaje se despojó de su chaqueta y se puso a ayudar a los soldados, hasta que consiguieron sacar el vehículo del renegrido barro. Cuando terminó con la tarea, pidió un poco de agua, se lavó con ella las manos, se puso de nuevo su chaqueta y caminó hacia el sargento, al cual le dijo:

- Si en otra ocasión usted necesitara mi ayuda, llámeme sin vacilar.
- ¿Y quién es usted, si puede saberse? –le preguntó el sargento.
- Mi nombre es Abraham Lincoln... y casualmente soy el presidente de esta nación.
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Es fácil en nuestros día encontrar personas dispuestas a dar órdenes, y a usar su capacidad de mando o autoridad para hacer que otros trabajen para ellos, pero este acto de Lincoln nos revela la importancia de la humildad. No es mejor el que sabe mandar a otros lo que deben hacer, ni el que pretende arreglar la vida del vecino con sus "consejos", sino el que con su ejemplo, arrima el hombro y ayuda a solucionar los problemas.
Jesucristo mismo nos mostró esta actitud humilde en muchas ocasiones, y nunca se resistió a tender la mano al que lo necesitara; no le importaba mancharse las manos para prestar ayuda al que reconocía necesitarla.

El sentirse importante puede ser algo agradable para muchos, pero enseñorearse de una posición de cierta autoridad, lejos de ser agradable para los demás, no dejará huellas en el tiempo... Ni en la historia. Una señal inequívoca que nos da la medida de la grandeza de una persona es verla servir con humildad.

Una Historia de Amigos

Hace unos días, un amigo me mandó una historia que había leído hace tiempo, acerca de dos amigos que caminaban por el desierto y se enfadaban... Casualmente, la encontré también realizada en formato de cortometraje. Espero que pueda gustaros. Os dejo el vídeo:



Hay cosas que la amistad y el amor pueden cubrir, y ofensas que se pueden olvidar.
Si tienes un amigo de verdad, cuídalo como a un precioso regalo.
Si tienes dos amigos con los que poder contar en serio, tienes un gran tesoro.
Si tienes tres amigos que te escuchen cuando nadie lo haría y que te digan las verdades que de otros no serías capaz de oír... Entonces eres rico.
Y si a cualquiera de los anteriores, le añades el hacerte amigo de Jesús, el Cristo, el Buen Pastor... Serás el poseedor de una fortuna inigualable, incomparable a todo el oro del mundo y a todo el tiempo que los relojes te pudieran regalar juntos.

Nadie te puede comprender y amar como Jesucristo... Y además, nunca te fallará, ni se cansará, pues es El Eterno.

Un Cuadro

Había una pareja que tenía una niña. Ellos nunca le habían hablado de temas de religión ni de Dios, pues lo menospreciaban, pensaban que no era algo importante para su educación. Había muchas otras cosas más interesantes en las que pensar que en esas tonterías del cristianismo. Al menos, eso es lo que pensaban ambos.

Una noche, cuando la niña tenía sólo cinco años, vivió un cuadro trágico que a nadie deseo: Sus padres pelearon acaloradamente (algo que por desgracia pasaba en aquella vivienda con demasiada frecuencia) De repente, en el ardor de la furia, el padre tomó un cuchillo que había sobre la mesa y... Puedes imaginar qué pasó, justo en el corazón.

La pareja no se habían dado cuenta que la pequeña, asustada por el griterío, se había levantado y estaba presenciando escondida tras el quicio de una puerta, asustada, todo lo que ocurría.

El padre, aún sin darse cuenta de que su quebradiza pequeña los estaba viendo, consumido por la terrible angustia y la desesperación por lo que acababa de hacer, decidió poner fin a su propia vida, totalmente enajenado; no pensó ni tan solo un instante, y con la misma rapidez con la que había apuñalado a su esposa, lo hizo consigo sí mismo.

La pequeña lo vio todo, sin pestañear.

La niña fue enviada a un hogar adoptivo, y pronto encontró a una familia que se ofreció a regalarle un nuevo hogar. Sus nuevos padres no eran muy practicantes de ninguna religión, pero creían en ese Dios del que la niña nada sabía. Por eso cierto día, decidieron remediar la situación, y llevaron a la niña a una iglesia católica, para enseñarle las figuras y cuadros que allí había, pensando que quizás esto ayudaría a la niña a entender con más claridad acerca de ese Dios a quien no conocía.

Mientras miraban por el templo, y explicaban acerca de quién era Jesucristo a la pequeña, se toparon en un rincón con un cuadro que los mismos padres jamás habían visto en aquel lugar, pero les impresionó que no era uno de esos cuadros en los que Jesús estaba todo ensangrentado, sino que el lienzo irradiaba amor y alegría, era especial, distinto de todo lo que le rodeaba. Pensando que sería un buen ejemplo para hablarle a la niña acerca del Dios hecho hombre, señalaron al cuadro y le preguntaron a su nueva hijita:

- ¿Sabes quién es Él?
- Claro que sí –dijo la niñita casi sin pensar. Ese es el hombre que me abrazaba la noche que mis padres murieron...

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Jesús es un convidado invisible, todo lo ve, todo lo sabe... Incluso tiene sus medios para hacerse conocer a los que le necesitan. Quizás pases situaciones difíciles, que no comprendas, donde te sientas solo, sola, olvidado por los hombres y por el mismo Dios. Quizás no tengas la oportunidad de verlo con tus ojos ¡O quizás sí! Pero en todo caso ¿Por qué no tener un corazón simple, crédulo, limpio? ¿Por qué no? Acércate a Jesús con sencillez y dile: Necesito verte abrazándome, necesito conocerte ¡Sujétame en tus brazos de amor!


Compartiendo Habilidades

Bueno amigos, esto no será una historia muy larga, sino más bien un vídeo que como poco, nos tendría que hacer pensar algo acerca de esto: ¿No debiéramos los humanos ser un poco más "humanos"? (Valga la redundancia)

Habitualmente, cada cual hace las cosas esperando recibir algo a cambio, una recompensa, pero no todos tienen las mismas habilidades para conseguirla... Y para ello nos necesitamos unos a otros.

¿Por qué nos necesitamos unos a otros? Porque hay cosas que yo no puedo o no sé hacer, pero tú sí, y también puede suceder a la inversa. Si todos nosotros aprendiéramos a poner nuestras habilidades al servicio de los demás, de forma desinteresada, de seguro que no tendría que llegar a hacer esta pregunta: ¿Es posible que un par de chimpancés tengan algo que enseñarnos?


Compadecerse de otro no es una señal de debilidad como este mundo quiere enseñarte, sino de compañerismo y cooperación; ayudar a aquel al que otros critican porque creen que no merece nada o no sabe hacer nada, no es locura ni tiempo perdido, es amor...

Piensa por un momento si puedes hacer algo que beneficie a las personas que te rodean... ¡Y hazlo!

El Capellán

Cuentan que durante la Primera Guerra Mundial, un capellán se aproximó a un herido en medio del fragor y la peligrosidad de la batalla y le preguntó:

- ¿Quieres que te lea la Biblia?
- Primero dame agua que muero de sed –dijo el soldado.
El capellán le ofreció el último trago de su cantimplora, aunque sabía que no encontraría más agua que esa en kilómetros a la redonda.
- ¿Y ahora? –preguntó de nuevo.
- Antes, dame algo de comer...
El soldado le hizo esta súplica al capellán con tan escasas fuerzas que aún tenía dificultades para pronunciar esas palabras, pero el buen hombre no se lo pensó, rebuscó e su mochila, y le dio el último mendrugo de pan que atesoraba en ella. En cuanto el soldado se reanimó mínimamente, su boca se abrió de nuevo para derramar una nueva necesidad:
- Tengo frío, siento como si el calor huyera de mí...
Y el hombre de Dios se despojó de su abrigo de campaña pese al terrible frío que calaba hasta los mismos huesos y cubrió al moribundo soldado.
-Ahora sí –dijo como pudo el malherido. Háblame de ese Dios que te hizo darme tu último trago de agua, tu último trozo de pan y tu único abrigo. Quiero conocerlo, pero seguro que está lleno de bondad...
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Muchos que usan la Biblia a menudo, piensan que han de predicar y evangelizar sin cesar... Es una hermosa labor, pero inerte, muerta, si no va respaldada por la verdad, por una vida coherente, que hace lo que dice, que practica lo que confiesa, que cree lo que expresa, y cuyo testimonio es guía en la oscuridad, como un faro en medio de la más densa niebla.

Si quieres dar fruto, si quieres que la gente conozca a Jesús a través tuya, vive de la forma que Jesús vivió, sé coherente en tu manera de conducirte... Y usa la Biblia para algo más que para pasearla los domingos de camino al templo.

Cachorros en Venta


En el Barrio de la Esperanza, había una pequeña tienda de mascotas, y su dueño, cada vez que tenía una nueva camada de perritos, avisaba colocando un letrero sobre la puerta que decía “Cachorros en Venta”, sabedor de que letreros como este atraen a los niños.

Cierto día, y recién colocado el cartel, Felipe, un niñito que no era del barrio, apareció en la tienda y se dirigió al dueño del establecimiento que estaba entretenido ordenando los piensos para animales.

- ¿Cuánto cuestan los cachorros? –preguntó Felipe.
- Entre cuarenta y cincuenta euros –replicó el dueño.
- Pues yo tengo... Cuatro Euros con treinta y ocho céntimos –dijo mientras rebuscaba monedas en su bolsillo ¿Puedo verlos, por favor?

El dueño sonrió al ver ese "dineral", pero a pesar de todo, dio un silbido y de la perrera salió Zolita, quien corrió por el pasillo de la tienda seguida de siete diminutas "bolitas de pelo" color canela. Pero uno de los cachorros se retrasaba considerablemente, pues no podía ir al ritmo vivaracho de los demás.

- ¿Qué pasa con ese perrito? –dijo Felipe señalando al cachorro que cojeaba rezagado.
- Verás –respondió el dueño de la tienda, el veterinario lo ha examinado, y ha descubierto que no tenía la cavidad del hueso de la cadera. Por eso está cojo, y siempre será así.
- ¡Estupendo! ¿Ese es el cachorro que quiero comprar!
- Mira pequeño, no entiendo por qué te gusta justo ese perrito, pero si de verdad lo quieres, no tienes que comprarlo, porque está, digamos... Defectuoso. Lo cierto es que había pensado incluso en sacrificarlo; de manera que si te gusta, te lo regalaré.
- ¡No quiero que me lo regale! -contestó el niño visiblemente molesto.

Tras un denso silencio, en el que Felipe miró directamente a los ojos del dueño de la tienda, le dijo mientras señalaba al cahorrillo:

- No quiero que me lo regale. ¿Acaso por ser cojo, ese perrito ya no vale tanto como los demás? Desde luego que no es así. Le pagaré todo su valor, lo que cobre por cualquiera de sus hermanitos. Pero si me lo permite, le daré todo lo que llevo encima ahora, y le traeré mi paga semanal, un Euro, hasta que lo haya pagado por completo.
- Perdona niño, pero déjame insistir en que no creo que sea la mejor elección el comprar justamente ese perrito. Ya te he dicho que nunca va a poder correr, ni jugar con normalidad, ni saltar contigo como los demás cachorros.

En ese momento, el pequeño se agachó y levantó el pernil de su pantalón para mostrar una pierna lisiada, retorcida, sujeta por una gran abrazadera de metal.

- Bien –replicó Felipe suavemente mientras no apartaba su vista del tendero. Yo tampoco corro muy bien, y el cachorrito necesitará a alguien que lo entienda ¿No cree?

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Vivimos en un mundo "standard" donde todo debe tener unas "medidas": Una talla de ropa, una altitud media, una ropa determinada que usar, un tiempo para hacer cada cosa... Todo tiene que buscar un cierto canon de perfección.

¡Apariencias, siempre lo mismo! ¿Por qué nos esforzamos en decidir lo que está bien y lo que no, según lo que nos indiquen nuestros ojos? Quizás parezca un topico, pero no estaría de más recordar que la apariencia cambia, se deteriora y se pierde, pero lo que está dentro de nosotros puede crecer a lo largo de toda nuestra vida, sin cesar.

Hay una altura interior, un crecimiento a veces no observado por los que nos rodean, pero juzga tú mismo: El tendero tenía más altura física que Felipe, pero ¿No demostró el pequeño mayor altura espiritual y humana que este "maduro" comerciante"?

Que no te engañen ni te encasillen: Tú vales no por cómo eres, sino por lo que llevas dentro... Y si algún día te decides a invitar a Dios a formar parte de tu interior y de tus decisiones... Tendrás una estatura inalcanzable...

Las apariencias... empañan

Hace tiempo que no comparto historias por aquí, pero puedes leer muchas nuevas en el libro Las apariencias enpañan, una colección con más ...

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